27 Cuando estaban para cumplirse los siete días, los judíos de Asia[a], al verlo en el templo, comenzaron a incitar a todo el pueblo, y le echaron mano,
1 Hermanos y padres, escuchad mi defensa que ahora presento ante vosotros.
2 Cuando oyeron que se dirigía a ellos en el idioma hebreo[a], observaron aún más silencio; y él dijo*:
3 Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero criado en esta ciudad, educado bajo[b] Gamaliel en estricta conformidad a la ley de nuestros padres[c], siendo tan celoso de Dios como todos vosotros lo sois hoy. 4 Y perseguí este Camino hasta la muerte, encadenando y echando en cárceles tanto a hombres como a mujeres, 5 de lo cual pueden testificar[d] el sumo sacerdote y todo el concilio de los ancianos[e]. También de ellos recibí cartas para los hermanos, y me puse en marcha para Damasco con el fin de traer presos[f] a Jerusalén también a los que estaban allá, para que fueran castigados. 6 Y aconteció que cuando iba de camino, estando ya cerca de Damasco, como al mediodía, de repente una luz muy brillante fulguró desde el cielo a mi derredor, 7 y caí al suelo, y oí una voz que me decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?». 8 Y respondí: «¿Quién eres, Señor?». Y Él me dijo: «Yo soy Jesús el Nazareno, a quien tú persigues». 9 Y los que estaban conmigo vieron la luz, ciertamente, pero no comprendieron[g] la voz del que me hablaba. 10 Y yo dije: «¿Qué debo hacer, Señor?». Y el Señor me dijo: «Levántate y entra a Damasco; y allí se te dirá todo lo que se ha ordenado que hagas». 11 Pero como yo no veía por causa del resplandor[h] de aquella luz, los que estaban conmigo me llevaron de la mano y entré a Damasco. 12 Y uno llamado Ananías, hombre piadoso según las normas de la ley, y de quien daban buen testimonio todos los judíos que vivían allí, 13 vino a mí, y poniéndose a mi lado, me dijo: «Hermano Saulo, recibe la vista». En ese mismo instante[i] alcé los ojos y lo miré. 14 Y él dijo: «El Dios de nuestros padres te ha designado[j] para que conozcas su voluntad, y para que veas al Justo y oigas palabra[k] de su boca. 15 Porque testigo suyo serás a todos los hombres de lo que has visto y oído. 16 Y ahora, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados invocando su nombre». 17 Y aconteció que cuando regresé a Jerusalén y me hallaba orando en el templo, caí en un éxtasis, 18 y vi al Señor que me decía: «Apresúrate y sal pronto de Jerusalén porque no aceptarán tu testimonio acerca de mí». 19 Y yo dije: «Señor, ellos saben bien que en una sinagoga tras otra, yo encarcelaba y azotaba a los que creían en ti. 20 Y cuando se derramaba la sangre de tu testigo Esteban, allí estaba también yo dando mi aprobación, y cuidando los mantos de los que lo estaban matando». 21 Pero Él me dijo: «Ve, porque te voy a enviar lejos, a los gentiles».
22 Lo oyeron hasta que dijo esto[l], y entonces alzaron sus voces y dijeron: ¡Quita de la tierra a ese individuo! No se le debe permitir que viva. 23 Como ellos vociferaban y arrojaban sus mantos y echaban polvo al aire, 24 el comandante[m] ordenó que lo llevaran al cuartel, diciendo que debía ser sometido a[n] azotes para saber la razón por qué gritaban contra él de aquella manera. 25 Cuando lo estiraron con[o] correas, Pablo dijo al centurión que estaba allí: ¿Os es lícito azotar a un ciudadano[p] romano sin haberle hecho juicio? 26 Al oír esto el centurión, fue al comandante y le avisó, diciendo: ¿Qué vas a hacer? Porque este hombre es romano. 27 Vino el comandante a Pablo y le dijo: Dime, ¿eres romano? Y él dijo: Sí. 28 Y el comandante respondió: Yo adquirí esta ciudadanía por una gran cantidad de dinero. Y Pablo dijo: Pero yo soy ciudadano de nacimiento. 29 Entonces los que iban a someterlo a[q] azotes, al instante lo soltaron[r]; y también el comandante tuvo temor cuando supo que Pablo era romano, y porque lo había atado con cadenas.